Entrevista a Ernesto Laclau en «Cuadernos del Cendes»

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      Alejandro Piscitelli: En «La razón populista», usted afirma que, contra lo que suele pensarse, el populismo no es un contenido sino una «forma»: un modo de articulación consustancial a la política que no es necesariamente un problema, algo «negativo»…

      Ernesto Laclau: No: sin una dosis de populismo no habría política. Recuerdo el famoso lema de Saint Simon, según el cual el paso a una sociedad sin política debía ser «la transición del gobierno de los hombres a la administración de las cosas». Pero en una sociedad donde toda demanda se resuelve en forma administrativa y sin disputas, evidentemente no hay política. La política adviene cuando las demandas sociales chocan con un sistema que las niega, y aparecen distintos proyectos que disputan por articularlas. Por otra parte, una sociedad que fuera totalmente reglamentada, donde no hubiera política, sería una sociedad donde el pueblo o «los de abajo» no tendrían ninguna forma de expresión.

      A.P. Usted recién mencionó el mito del «fin de la política». Existirían dos posibilidades: una es la «pura administración de las cosas». La otra, la más temida hoy por los argentinos, es el fin de la política por disolución, porque las demandas parecen irreconciliables entre sí. ¿Existe hoy ese riesgo en la Argentina?

      E.L. Veamos las posibilidades lógicas: por un lado, sí, está el fin de la política porque todo es administración. Esto significaría que no hay protesta ni disenso porque el Estad es un administrador eficaz, total. Es la imagen que uno tiene de las sociedades escandinavas, que se acercan bastante a esta descripción. La otra posibilidad es que se diga, como se dice aquí, «que se vayan todos». Esto significa el final de la clase política; y ahí el modelo se acerca al Leviatán, el Estado absoluto de Hobbes. Porque decir «que se vayan todos» es decir que se quede uno, porque alguien tiene que reglamentar la sociedad. Contra el mito de la sociedad totalmente gobernada, el «que se vayan todos» es el mito de una sociedad
ingobernable, que necesita de un amo que restablezca el orden.

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