Carlo Formenti
Grupo de traductores de la red “Jaén, Ciudad Habitable”
12 de noviembre de 2015
Las preocupaciones respecto al impacto de la innovación tecnológica en los niveles de empleo, nace de dos hechos constatados: 1) la velocidad con la que evolucionan las tecnologías digitales en general y los sistemas de Inteligencia Artificial, en particular, es muy superior a cualquier otra revolución tecnológica precedente; 2) las nuevas “máquinas inteligentes” no se limitan sólo a reemplazar los trabajos que requieren una baja cualificación, sino que cada vez más están en condiciones de desarrollar funciones de elevado contenido cognitivo; por lo tanto no ponen sólo en peligro los puestos de trabajo de la clase obrera menos cualificada, sino también la formada por trabajadores técnicos e ingenieros.
Lo confirman dos estudios recientes, el primero1 a cargo del McKinsey Global Institute, el segundo2 realizado por el Bank of America Merrill Lynch; dos documentos en los cuales encontramos, sin embargo, el mismo esperanzador discurso: no nos abandonemos a sentimientos «ludistas» porque, a pesar de los dos hechos señalados antes, es muy probable que las cosas vayan como siempre lo han hecho con ocasión de las revoluciones tecnológicas y científicas precedentes: es cierto que desaparecerán muchos trabajos, pero es también cierto que nacerán muchos otros, los cuales requerirán más creatividad y otorgarán más satisfacción a quien los realice.
El segundo de los dos estudios anteriormente citados, tiene el recato de admitir que esta inédita creatividad estará reservada a una minoría de los que ya hoy pertenecen a los estratos profesionales más elevados (tampoco a todos ellos se les garantizará el acceso al paraíso de los nuevos privilegiados), mientras que todos los demás tendrán que reinsertarse en el sector de servicios más atrasados (o mejor, aquel sector que una vez fue definido como tal y que hoy viene, por el contrario, colonizado por la tecnología, la cual, en su caso, sirve casi siempre para aumentar las tasas de explotación, como muestra el asunto Uber en el caso de los taxistas).
El mundo del trabajo corre el riesgo, en definitiva, de aparecer cada vez más dividido entre una restringida élite de knowledge workers (“trabajadores del conocimiento”, ndt), con ingresos elevados y sustanciosos privilegios (ver los empleados de empresas como Google), y una masa de “perdedores” abocados al pluriempleo precario y de bajos ingresos para llegar a fin de mes.
El sueño de un mundo en el cual la evolución técnica garantice niveles altos de productividad como para permitir a todos vivir holgadamente sin trabajar, o trabajando lo mínimo indispensable, permanecerá todavía en el cajón del viejo Marx (y en los textos de los teóricos post-obreristas del rechazo del trabajo), porque la única condición que permitiría realizarlo sería nada menos que la abolición de la propiedad privada de los medios de producción.
Atendiendo a los hechos, la innovación tecnológica sigue siendo (y lo hará probablemente durante mucho tiempo más) un medio que contribuye tanto a la financiarización de la economía como al incremento de la desigualdad social.